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Septiembre en Las Merchanas

El fuego había pasado muy cerca días atrás; alguien comentó incluso que había entrado en el castro. Así que decidimos salir en su búsqueda, en busca del fuego, como nuestros antepasados, pero esta vez sólo para comprobar sus efectos.

Cualquier disculpa es buena para salir al campo, como dice nuestra amiga Concha.

Así que nos fuimos al castro.

Las Merchanas es uno de los castros vetones más importantes de la provincia de Salamanca. Si lo unimos al de Yecla de Yeltes, sólo a unos pocos kilómetros, podemos decir que tenemos uno de los conjuntos históricos prerromanos más importantes de Castilla y León.

Permaneció durante años, durante siglos, semienterrado en el olvido, hasta que la generosidad de una familia decidió venderlo por un euro al Ayuntamiento de Lumbrales. Eso sucedió hace más de quince años, y desde entonces han sido varias las actuaciones realizadas en él para su puesta en valor: se arregló y musealizó el camino de acceso y se restauró el viejo molino y el muro de su pesquera, se habilitó un parking, se recuperaron parte de sus murallas, se limpió su interior y hasta se le devolvió el simbólico verraco que, tras su etapa en la villa, recuperó sus extremidades y un lugar privilegiado en la puerta norte del recinto, en las proximidades donde se encontró.



El castro de Las Merchanas, como el de Yecla, es un privilegio de la historia y de la naturaleza. Especialmente en esta época del año. La proximidad del otoño, las primeras nubes cargadas de lluvia y ese viento templado del oeste que provoca el murmullo de las hojas antes de caer, el sonido de los primeros hilos de agua que vuelven a recorrer esos ríos, crean una atmósfera única para recrearnos en la estela de su leyenda, de la magia que todavía emana de las viejas y derrotadas piedras que un día cobijaron vida, pasiones y sueños.

Redescubrir Las Merchanas en septiembre es un placer para los sentidos. Y perderse en su interior una provocación que hace difícil entender cómo, tras todo el dinero y el esfuerzo invertido, no se cuide más su conservación, no se promocione su visita, no se organicen actividades para su disfrute, especialmente en unos tiempos que invitan a huir de las aglomeraciones, a fomentar actividades al aire libre en atmósferas limpias donde respirar sin vetos a pleno pulmón. La capa de líquenes y musgos que recubre los viejos árboles de Las Merchanas, encinas, robles y fresnos, es una prueba inequívoca de la total ausencia de dióxido de carbono e invitan a disfrutar de un aire puro imposible de encontrar en las grandes ciudades.

No encontramos rastro del fuego, afortunadamente, pero sí de la desidia, del abandono institucional, con árboles caídos en el camino, paneles informativos destrozados por el sol, el tío Justo mudo de estupor, y zarzas y escobas y piedras caídas tapando el rastro de lo que fue, de lo que nos gustaría entrever si nuestra imaginación fuera capaz de sobrepasar este nuevo muro que el abandono está levantando otra vez.

Imaginarnos a nuestro Camino de Hierro en pleno rendimiento, con su máquina de vapor bordeando la dehesa y atravesando la raya, con este otro monumento tan cerca es algo que nos permite seguir creyendo en el futuro. No sé si es cuestión de imaginación o fe porque, viendo cómo sigue estando la vía, este septiembre tampoco llegará. Nuestra historia y nuestra naturaleza tendrán que seguir esperando. Mientras tanto, la seguiremos disfrutando en soledad, sintiéndonos privilegiados en parte, aunque con la pena de no poderlo compartir.



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